Bien dice Boyero que gran parte del buen cine que se hace ahora está en las series de televisión. Terminamos El ala oeste de la Casa Blanca (The west wing), a tiempo para entender el desarrollo de las primarias demócratas y de las posteriores elecciones en los Estates; flipamos con los desórdenes de la familia de la funeraria de A dos metros bajo tierra (Six feet under) y ya su casa era nuestra; extrañamente, no sé por qué, no hemos visto nada de la familia Soprano.
Acabamos de terminar la primera temporada de Mad Men, los hombres publicistas de la avenida Madison. Desasosegante, tortuosa, misógina y machista (o realista, para aquella época), pero con la que terminas estableciendo un vínculo adictivo. A veces he querido no verla, por la desazón que me producen esos personajes atormentados por frustraciones, rencores y secretos (que ya se encargan los guionistas de que no lo sean para ti), pero siempre se ve superada por el incontrolable deseo de curiosear en la vida de los demás, aunque sean de ficción.
P. me habla de Raymond Loewy, uno de los diseñadores industriales más conocidos del siglo XX. La famosa botella de cristal de Coca Cola, con sus insinuantes curvas es suya; también lo es la cajetilla de Lucky Strike, cuyo logo a doble cara se veía fuese cual fuese la posición de la caja. Un publicista que se movió entre las portadas de Harper’s Bazaar y los diseños de locomotoras diésel para la Pennsylvania Railroad.
¿Se inspirará Mad Men en Raymond Loewy?
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