"... La pesca con red se completa con la pesca de anzuelo o con la pesca de palangre, arpón, nasa, tridente y artes parecidas. Lo importante es encontrar la esca, el cebo, la carnada, el anzuelo adecuados, esta cosa engañosa, tiene no sin razón, muchos nombres. La elección no es sencilla. El anzuelo debe adaptarse a diversos tipos de voracidad, tanto de los peces como de los pescadores..."
Es lo que tiene el Medíterráneo, hace falta mucho talento y mucho vocabulario para describirlo. Lo mismo pasa con Mallorca. Yo no lo tengo.
En la recámara, para mí Mallorca era lunas de m(h)iel, vacaciones de fin de curso de EGB (parece mentira, pero yo estuve aquí), hooligans patrios e importados, pelotazos urbanísticos...
Pero hay más, todavía mucho más. Un interior eminentemente rural, con campos de olivos, con cepas, con corderos que se refugian del sol bajo los algarrobos y azebuches. Pueblos maravillosos en los que todo se ralentiza, como Sineu, en el que en cada esquina aparece una iglesia, o Pollença, en el que los lugareños se resisten a abandonar sus costumbres a pesar del turismo, y donde vuelvo a ver eso que hacían mis abuelos de sacar las sillas a la calle, después de la cena, y emprender la charla con los vecinos hasta bien entrada la noche, compartiendo cafés y nietos danzando a su alrededor.
Las possesions mallorquinas se rodean de cipreses, palmeras, higueras, pinos... algunas son ahora hoteles rurales, como Monnaber Vell, en el que nos alojamos los primeros días. Aquí no se oye un alma, bueno, los cencerros de los corderos, pero son adorables...y yo no soy capaz de comerlos!
Es increíble, pero por primera vez para mí, el plan es no tener plan... Levantarse cuando el cuerpo decide, nadar un rato, desayuno pantagruélico, vuelta a la piscina con lectura entre las manos, o vuelta a la cama; si se tercia, excursión a un cala...y así transcurre la jornada, que suele terminar con una buena cena mallorquina...
Puedo acostumbrarme a esto.